Esto decido empezarlo en el verano de 1.995, con 18 años recién cumplidos.
Ese verano, al igual que prácticamente todos los anteriores, fuimos de vacaciones a Galicia, al pueblo (hubo 3 años seguidos, cuando yo tenía sobre 10 u 11 años que nos quedamos en Madrid). Fuimos a la casa de mis abuelos maternos; 4 o 5 años antes había muerto mi abuelo, y ya sólo quedaba mi abuela, y parece que las "asperezas" que existían al no estar ya el viejo, se limaron entre mis padres y mi abuela (por poner un ejemplo, dejaron de existir los candados en las puertas de las habitaciones cuando mis abuelos no estaban en casa, pero mis padres sí; de hecho, a raíz de la puesta de candados, hasta que el viejo murió, mi padre dijo que no volvíamos a quedarnos con los padres de mi madre, sino que nos íbamos directamente a casa de sus padres). Como decía, fuimos a casa de mis abuelos maternos, o ya mejor dicho, de mi abuela. Allí nos juntábamos un montón de tíos, y sobre todo de primos. Para que os hagáis una idea, era un piso de 4 dormitorios, y en el dormitorio de mis abuelos, había dos camas de matrimonio; en el dormitorio nº 1, vamos a llamarlo así, en una cama dormía mi abuela, y en la otra, dos primos; en el dormitorio nº 2, en una cama dormía una tía con su hija, ya mayorcita (dos años mayor que yo); en el dormitorio nº 3, dormían otros dos primos; en el dormitorio nº 4, dormían mis padres; y en el salón, en un sofá cama, dormían 3 primos, y en 3 hamacas de esas de playa, en una dormía una tía, en otra, otra tía más, y en la tercera dormía yo; y luego en una casa de alquiler de habitaciones que hay en el pueblo (aparte de dos hoteles), dormía otra prima con el novio.
El mismo día que llegué, o al siguiente, no lo recuerdo, eran las fiestas de un pueblo cercano, y allí que nos fuimos unos primos que viven en Galicia, uno de los primos que dormía en el sofá cama, la prima que dormía con su madre, y yo. Nos lo pasamos... bien es poco. Estando allí, conocí a los amigos de mis primos que son de Galicia, y uno de esos amigos y yo... pues como que nos gustamos muchísimo según nos vimos. Hubo mucho tonteo, mucha miradita, móntate conmigo en los coches de choque, tómate algo, y un largo etc de los que a mí me gustan (como me dijo una vez una chica amiga de unas amigas mías, por lo que vio de mí una noche que salimos, a mi no me gusta el ir a saco, a mí lo que me gusta, es la seducción). Al final, cuando llegaron las fiestas de mi pueblo, acabamos en lo que se conoce como un amor de verano, y quedó solamente en eso porque yo lo quise así, que el chaval quería seguir.
Vuelta a Madrid, clases, amigos, salir... y llego el siguiente verano...
Llegar al pueblo, salir a dar una vuelta, volvernos a encontrar, y retomarlo donde lo habíamos dejado el anterior verano, fue todo uno..., solo que ésta vez me pidió que fuese su novia, no solo un rollete de verano..., y le dije que sí.
Uno de esos días que quedábamos por la tarde en el bar al que solíamos ir, cuando yo llegué ya estaba él, tomándose algo con un amigo suyo al que yo no había visto nunca. Según me iba acercando, su amigo se dio la vuelta, y como por aquel entonces decíamos mis amigas y yo, mentalmente pensé..."las bragas..., donde están las bragas que las he perdido...". Era el gallego más interesante y con más morbo que había conocido en mi vida.
Alto, moreno, con el cuerpo bien definido, vestido con vaqueros negros, camiseta negra, chupa de cuero negra, y botas camperas también negras... Sentí una atracción instantánea, como nunca antes había sentido, ni tan siquiera el verano anterior con el que en ese momento era mi novio, y por lo que pude comprobar, la atracción fue mutua, porque sin exagerar ni un ápice, cuando estaba ya prácticamente al lado de mi novio y del gallego, me preguntaba a mi misma si seguiría con algo de ropa o ya no llevaba nada encima, porque me sentí desnudada ante la mirada que me echó, y el posterior repaso visual muy lento de arriba abajo... Nos presentó, los dos típicos besos de rigor, tomar algo, hablar..., vamos lo normal, pero siempre que me miraba, era como si me acariciara con la mirada.
Los siguientes días, cuando quedábamos por la tarde a tomar café, o en las fiestas, o nos íbamos de pub´s, o a la discoteca, siempre estaba el gallego junto con los amigos y los primos, y siempre, siempre, siempre, se ponía a mi lado, y acabábamos hablando prácticamente los dos solos, como si no hubiese nadie mas... Incluso una vez, una prima mía que había empezado ese verano a salir con un chico, que fíjate qué casualidad, era primo del gallego, me pregunto algo así como... "¿pero se puede saber qué demonios os traéis el gallego y tú?", a lo que yo le contesté... "nada, sólo somos amigos", y se me quedó mirando con una cara como diciendo, vale, si tú lo dices... No le dije a nadie lo muchísimo que me atraía el gallego, a nadie, preferí callármelo para mi solita (excepto a mi amiga M., la que está ahora en Alemania, que según llegué a Madrid se lo conté todo) y seguir con el que era mi novio, que además era muy buen chaval, un encanto, y me trataba muy bien. El gallego... para mí era un imposible. Si, había una atracción bestial, pero... que no lo veía posible vamos, me parecía imposible poderme plantear nada con él, ya que aunque fuese tan intensa esa atracción, no la veía con posibilidades de futuro, por lo tanto... ¿para qué arriesgar una relación que si podía tener futuro con mi novio, por uno que no lo veía yo que tuviera pinta de comprometerse con nadie? Porque aunque estaba perdidamente atraída hacia el gallego, a la vez pensaba que era un poco chulito, y con pinta de macho man, pero... a la vez, me gustaba tanto...
Ese mismo verano recibí mi primera propuesta de matrimonio. Uno de los últimos días que estaba en el pueblo, cuando ya faltaba poco para volverme a Madrid, estando una noche en el disco-pub al que solíamos ir con toda la pandilla del pueblo, me sacó fuera mi novio, para darme un par de regalos, y hablar; y cuando ya nos íbamos a volver, me cogió de la mano, me miró a los ojos, y me dijo... "¿te quieres casar conmigo?", a lo que yo le dije... "en el futuro, cuando acabe de estudiar, y si seguimos juntos, si, me gustaría casarme contigo".
Vuelta a Madrid, clases, amigos, salir... y llego el siguiente verano...
Llegar al pueblo, salir a dar una vuelta, volvernos a encontrar, y retomarlo donde lo habíamos dejado el anterior verano, fue todo uno..., solo que ésta vez me pidió que fuese su novia, no solo un rollete de verano..., y le dije que sí.
Uno de esos días que quedábamos por la tarde en el bar al que solíamos ir, cuando yo llegué ya estaba él, tomándose algo con un amigo suyo al que yo no había visto nunca. Según me iba acercando, su amigo se dio la vuelta, y como por aquel entonces decíamos mis amigas y yo, mentalmente pensé..."las bragas..., donde están las bragas que las he perdido...". Era el gallego más interesante y con más morbo que había conocido en mi vida.
Alto, moreno, con el cuerpo bien definido, vestido con vaqueros negros, camiseta negra, chupa de cuero negra, y botas camperas también negras... Sentí una atracción instantánea, como nunca antes había sentido, ni tan siquiera el verano anterior con el que en ese momento era mi novio, y por lo que pude comprobar, la atracción fue mutua, porque sin exagerar ni un ápice, cuando estaba ya prácticamente al lado de mi novio y del gallego, me preguntaba a mi misma si seguiría con algo de ropa o ya no llevaba nada encima, porque me sentí desnudada ante la mirada que me echó, y el posterior repaso visual muy lento de arriba abajo... Nos presentó, los dos típicos besos de rigor, tomar algo, hablar..., vamos lo normal, pero siempre que me miraba, era como si me acariciara con la mirada.
Los siguientes días, cuando quedábamos por la tarde a tomar café, o en las fiestas, o nos íbamos de pub´s, o a la discoteca, siempre estaba el gallego junto con los amigos y los primos, y siempre, siempre, siempre, se ponía a mi lado, y acabábamos hablando prácticamente los dos solos, como si no hubiese nadie mas... Incluso una vez, una prima mía que había empezado ese verano a salir con un chico, que fíjate qué casualidad, era primo del gallego, me pregunto algo así como... "¿pero se puede saber qué demonios os traéis el gallego y tú?", a lo que yo le contesté... "nada, sólo somos amigos", y se me quedó mirando con una cara como diciendo, vale, si tú lo dices... No le dije a nadie lo muchísimo que me atraía el gallego, a nadie, preferí callármelo para mi solita (excepto a mi amiga M., la que está ahora en Alemania, que según llegué a Madrid se lo conté todo) y seguir con el que era mi novio, que además era muy buen chaval, un encanto, y me trataba muy bien. El gallego... para mí era un imposible. Si, había una atracción bestial, pero... que no lo veía posible vamos, me parecía imposible poderme plantear nada con él, ya que aunque fuese tan intensa esa atracción, no la veía con posibilidades de futuro, por lo tanto... ¿para qué arriesgar una relación que si podía tener futuro con mi novio, por uno que no lo veía yo que tuviera pinta de comprometerse con nadie? Porque aunque estaba perdidamente atraída hacia el gallego, a la vez pensaba que era un poco chulito, y con pinta de macho man, pero... a la vez, me gustaba tanto...
Ese mismo verano recibí mi primera propuesta de matrimonio. Uno de los últimos días que estaba en el pueblo, cuando ya faltaba poco para volverme a Madrid, estando una noche en el disco-pub al que solíamos ir con toda la pandilla del pueblo, me sacó fuera mi novio, para darme un par de regalos, y hablar; y cuando ya nos íbamos a volver, me cogió de la mano, me miró a los ojos, y me dijo... "¿te quieres casar conmigo?", a lo que yo le dije... "en el futuro, cuando acabe de estudiar, y si seguimos juntos, si, me gustaría casarme contigo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario