Según iban pasando los días, el vallecano
me llamaba prácticamente a diario.
Me decía que me quería, que me echaba de
menos, que como dice el refrán, “no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”…,
y un montón de cosas bonitas más.
Yo le dije que vale, que me parecía muy
bien, pero que lo primero que tenía que hacer era cambiar, y tener personalidad
propia, y hacer caso de su mujer, que era con quien convivía, no con su madre,
que no hacía más que estar debajo de las faldas de su madre, y obedecer y hacer
todas sus órdenes, a pesar de que nos afectasen en nuestra relación; y que si
su madre me faltaba al respeto, como había hecho más de una vez, su deber era
dar la cara por mí, y no al revés, que yo siempre daba la cara tanto por mí,
como por él.
Me dijo que sí, que se había dado cuenta,
que había cambiado, que me lo juraba…, y en esto que oigo que llegan los padres
a casa…, y el vallecano cambia su forma de hablar.
Pasó de hablar tierno y cariñoso, y decirme
todas esas cosas tan románticas; a hablar frío, distante, prácticamente con monosílabos…
Entonces, yo le dije: “Sí vallecano, ya veo que has cambiado. Ahora que han
llegado tus padres no hablas igual que hace 5 minutos. Pasas de tierno y
cariñoso sin ellos, a frío y distante con ellos delante. Menos mal que habías
cambiado”. Y colgué.
Algunos días más tarde, vino a casa por la
tarde con su hermano, para coger algo más de ropa, ya que no se había llevado
mucha, y le hacía falta más.
Subieron los dos, él y su hermano. El
vallecano iba con muletas, y la pierna que se había roto la cadera estaba muy
muy delgada, era casi la mitad que la otra.
Su hermano cogió la bolsa de deporte con
la ropa que yo le había preparado (me había llamado ese mismo día por la mañana
para avisarme), y bajó.
El vallecano se quedó un rato en casa
conmigo porque quería que hablásemos, mientras su hermano le esperaba abajo, en
el taxi (su hermano era taxista).
Nos sentamos en el sofá, yo casi en el
centro, y el vallecano en una esquina; y según iba hablando (diciéndome las
mismas cosas bonitas que me decía por teléfono), se iba acercando más a mi; y
según él se acercaba, yo me alejaba; hasta que al final, fui yo la que acabé en
la otra esquina del sofá de irme alejando.
De allí a un rato, su hermano pitó con el
coche, y el vallecano se asomó. “¡¡¡Oye, o bajas ahora mismo para irnos, o te
quedas ahí y luego te buscas la vida, tú verás!!!”. El vallecano le dijo que se
quedaba que teníamos que hablar unas cosas.
La verdad es que me dio pena por el
vallecano, y rabia por el hermano. ¿Quién puede ser tan sumamente desalmado
como para dejar a alguien que no se puede desplazar libremente tirado, y más
cuando tiene cosas que hablar con su todavía mujer, que quizás pudiese cambiar
la situación?. Yo no creo que si un hermano fuese como tiene que ser, se
interpusiese en medio de una posible reconciliación. En tal caso, si tenía
cosas que hacer, le podía haber dicho algo así como… “Mira, si ves que puede
que tardes, me voy; y luego cuando acabes me avisas y vengo a recogerte”…,
vamos, digo yo.
Bueno…, que me desvío.
Después de irse el hermano seguimos
hablando, y una de las primeras cosas que le dije fue lo siguiente: “Mira
vallecano, yo a día de hoy no sé si te puedo perdonar, y mucho menos después de
todo lo que me has hecho; ya no sólo la sevillana, sino las mentiras que le has
ido contando a toda mi familia, que incluso has llamado tú mismo y tu madre
para ponerme a caer de un guindo. Si quieres que te sea sincera, lo primero que
tienes que hacer para yo poderme plantear si te perdono y seguimos, es volver a
hablar con toda la gente que has hablado contándole las mentiras que habéis
contado; pero ésta vez para decir la verdad, que yo no te he sido infiel, que
si alguien tenía una aventura eras tú, que incluso pensabas comprarte un piso
con el dinero que te diese yo de éste para que la sevillana se viniese a vivir
contigo aquí en Madrid”. “Cari, yo nunca he dicho eso…”. “¿Lo ves?. Me vuelves
a mentir. Vallecano, te oí cuando se lo dijiste en la terraza de la cocina, y
me lo he callado todo éste tiempo. Que no te dijera nada, no significa que no
lo supiera, o no me hubiese enterado, que era lo que tú creías, ¿verdad?”. Y se
quedó callado.
Después de esto, nos fuimos a dar una
vuelta despacito, para seguir hablando más relajadamente, y le dije que también
necesitaba ver otros cambios, como por ejemplo el tema de sus padres; que si
realmente le daba igual lo que pensasen o dejasen de pensar, no entendía por
qué cuando hablaba conmigo por teléfono, si no estaban los padres hablase de
una forma, y si estaban, hablase de otra completamente distinta; por lo tanto,
si quería que le creyera, tendría que hablarme siempre igual, tanto estuvieran
sus padres, como no.
Ya empezamos a buscar un taxi, a la vez
que paseábamos, y cuando encontramos uno, lo cogió.
Justo antes de cerrar la puerta, le dije: “Recuerda,
vuelve a ponerme en mi sitio con mi familia, para poderme empezar a plantear si
te perdono y volvemos. Mientras no hagas esas llamadas, no tienes nada que
hacer”. Y le cerré la puerta del taxi.
Al día siguiente, como a mediodía, me
llamó mi tía P., para decirme que le acababa de llamar el vallecano, diciéndole
que sentía haberles mentido, que reconocía que había contado mentiras sobre mí,
y que quién dijo desde el principio la verdad era yo, por lo tanto, que creyesen
lo que yo había dicho, porque lo que él dijo, no era verdad.
Había conseguido lo que quería, que me
volviera a poner en mi sitio, ahora, lo de volver…, lo dudaba un 99,9%; más que
nada, porque yo soy de las personas que les cuesta muchísimo tomar una decisión
tan importante, ahora, una vez tomada…, hasta el final, con todas sus
consecuencias.